Yo te conocía bien. Quizás como ningún otro. Yo te observaba sin que te dieras cuenta. Pasaba cerca de tu clase, de tu despacho, te oía , te analizaba,… Eras un trabajador innato, incansable. Me encantaba escucharte leer. O mejor dicho dictar a tus alumnos. Aunque andaluz acérrimo, jamás ceceaste. Hubieras pasado por un perfecto vallisoletano por ejemplo. Se podría decir que tenías cierto misticismo al hablar, si no fuera porque jugabas con distintas tonalidades de tu voz para enfatizar la lección y así, de paso, que no se te durmieran los chavales.

Sí, yo te observaba. Agarrotado en los barrotes de la verja de tu clase. Cuando me dirigía a la sala de profesores o cuando… jugaba en tu despacho. Aquel lugar era tuyo. Era tu territorio. Pero no era exclusivo: lo compartías. Allí entraba todo el mundo (excepto cuando te reunías con algún padre). Cuando no estabas en clase, allí estabas. Pegando aquellos dichosos libros verdes (libros de escolaridad). Cogías una foto de un alumno y como si de una manualidad se tratase, con todo el mimo que la misma requiriese, la recortabas con aquellas tijeras enormes para luego tomar el pegamento de barra y untarla. Lo mismo hacías con las calificaciones de notas. Y así día tras día hasta completar los casi 600 alumnos que el Colegio tenía por entonces. Hoy en día las clases las componen 25 alumnos pero antes éramos 40 o 45. De un mismo curso podían existir 4 clases.

Sí señor, yo te admiraba. Eras capaz de enganchar al alumno, de arrancarle una sonrisa, eras respetuoso con aquel que profesaba una religión distinta a la tuya, a pesar de que tú eras el alma del Colegio. Eras quien impartía esa doctrina, eras la persona que consiguió que todos los cultos religiosos y sus festividades se celebrasen en la Iglesia de San Francisco. Una Iglesia castrense, no civil. Y que también su párroco, se acercase por el centro para celebrar el día de la Virgen María por ejemplo. Fuiste también el artífice para que los niños del Colegio pudieran hacer la Comunión juntos. Hay tantas cosas que has hecho por y para este centro…

Desmontable. Con este término te describían. Yo, sin embargo, no me enteré del mismo hasta bien avanzado el tiempo: creo que en mi adolescencia, ya cercana a mi mayoría de edad. Bueno. ¡eso que más da ahora!

¿Y Por qué? ¿Por haber llevado peluquín? ¿Por haber llevado gafas? ¿Por haber llevado un sonotone? Quizás. Pero lo que sí responde a la realidad es que tal día como hoy, un 25 de febrero, hace ya un año, se te desmontó el corazón. Era aquello que siempre diste abiertamente a diestro y siniestro. Gran empresario, gran compañero, gran maestro y mejor persona. Yo no fui tu alumno, yo no fui tu colega de profesión,… pero si alguien que realmente te admiraba.

Hoy quiero en nombre de tus niños de 40 años (aunque yo tenga 32) rendirte homenaje mientras me seco mis lágrimas y echo mis manos a los mofletes que tanto pellizcaste y que de igual manera hacías a tus alumnos (sólo que yo me sentía especial… pero eso es más personal).

Que tu memoria siga viva entre los muros del Colegio Miramar al que dedicaste gran parte de tu vida y que este gesto sirva igualmente para agradecer a todas esas personas que trabajan duro para educarnos.

Sí, yo era tu sobrino.